Es remoto aquel mundo
Es remoto aquel mundo, como remotos son mis recuerdos. La geografía, desde luego, y el rigor del frío visitando el paisaje doméstico. Una habitación de mesa larga y los murmullos familiares congregados alrededor de la radio. Hojas de revistas, colores fantasmales que alimentan la imaginación del niño que se duerme invocando al ángel de la guarda. Todo es lejano y tierno al mismo tiempo. Tan irreal, como el silbido del viento caracoleando sobre el zinc oxidado de los techos. Es remoto aquel mundo, como remotos son mis recuerdos. De todo esto se ha escrito muchas veces y sin embargo, el grafito de mi lápiz resbala sobre la hoja, como mis pies, en aquel tiempo, sobre la escarcha.
Invierno en Punta Arenas
Vivimos cerca del mar, en un lugar donde las estrellas se miran a los ojos y un caballo negro cabalga sobre las olas. Por las noches la pesadilla avanza como una nube aletargada por el monótono trino de los pájaros. Todos guardan silencio mientras las copas ruedan sobre la mesa. El miedo golpea a la puerta y el gato huye a esconderse en el cajón de la leña. El invierno entra a la habitación con zancadas de gigante.
El viento
Siempre el viento sobre las inclinadas copas de los árboles. El viento y más allá lo desconocido. Mis palabras en la ventana mientras un trozo de luna iluminaba mis bolsillos. El viento, siempre el viento instalado en la noche como un vigía, mientras sobre la almohada dormitaba el duende de las metáforas.
Fantasmas.
Una ronda de fantasmas me acompaña mientras vigilo el pausado vaivén de las olas. El viento me despeina como a un bergantín en las novelas de la infancia. En el horizonte no descubro más que recuerdos, mohosos y carcomidos como los pilotes del viejo muelle que dibuja mi mirada a la distancia. Todo lo que ves es propio y ajeno al mismo tiempo, me susurra el silbido de la brisa.
Hundo mis manos en el agua, mojo mi frente y mis mejillas. Despierto a una vida de la que nunca me he ido y como un loco arrojo piedras al mar hasta que mi brazo se cansa
y las distancias se hacen más grandes. Me alejo y me quedo. Por la avenida, de espalda al mar, avanza un hombre abrigado en sus recuerdos. Junto a las olas, con la vista clavada en el infinito permanece un niño que sueña con navegar por los siete mares.
Camino a Puerto Natales
El horizonte es la imaginación que se expande. Verdes manchas de coironales, piedras, árboles barbados, ojos de nieve abiertos al espanto. Soy otra piedra condenada a la indiferencia. El horizonte me empequeñece.
Todos quedamos en silencio
Sopla el viento. El aroma de la leña se expande por la casa y se oye el silbido que precede a la caída de las hojas. Mi madre sueña con vestidos de muñecas y en el radioteatro nocturno la heroína no termina nunca de morir. Alguien golpea a la puerta. Las miradas se buscan en la quietud de la cocina. Los golpes se repiten. El gato se despereza. Mi madre acude a la puerta y regresa con una carta entre sus manos. Todos quedamos en silencio.
Leo un verso de Vretakos
«Se parecen mis versos al contacto dorado del sol sobre la nieve». Pienso en una tarde de invierno en la vieja ciudad. Las calles nevadas, los sueños limpios. Deseo volver a mis mañanas de infancia, camino a la escuela, con el gorro de lana cubriendo mis orejas y mis bototos rompiendo la paz de la nieve acumulada en la vereda. Pero la infancia es una quimera. Lo único real son los sentimientos del hombre que recuerda.
Ausentes
Pregunto por ese y aquel. Por el vecino, el profesor y los viejos amigos. Unos mueren y otros encanecen. La vida no pasa en vano para nadie, pienso y hundo la mirada en la borra del café.
Frente al Estrecho de Magallanes
Con la primera luz de la mañana, me pregunto por el olvido. Una línea que desaparece, un punto que se borra. Acaso un nombre escrito y que a nadie significa nada. Pobre los mortales que tememos el olvido. Somos apenas una cifra en el registro de la seguridad social o en un club de buenos amigos. Todo está escrito, me respondo. Todo está escrito y dispuesto a ser borrado. La vida jamás se detiene a recoger a sus muertos.
Ilustración: Sueño perdido, de Elías Vargas