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Ningún artista podría afirmar que en alguna de sus obras no haya incluido algo sobre su lugar de origen. De alguna manera, las canciones, las pinturas, las películas, los libros, los cuentos, los poemas y todas las manifestaciones artísticas poseen, al menos, un pequeño reflejo del lugar de origen; quiéralo o no, la influencia directa de toda creación comienza desde la propia experiencia que se encuentra profundamente asociada con este concepto de la cuna y la génesis de todo comportamiento artístico.

Porque en cada pieza de arte existe un momento puntual que nos evoca alguna experiencia transmitida como una poderosa imagen, cuyo recuerdo puede estar repleto de nostalgia, alegría, rabias o frustraciones. Esencialmente hablamos del manejo de diversos sentimientos; sentimientos e imágenes, que de alguna manera son capaces de construir un universo sobre el cual trabajaremos.

En el caso de la literatura, los lugares de orígenes parecen ser escenarios más comunes de lo que lector y autor creen. Porque este verdadero espacio literario ha permitido que el escritor trace una línea argumental, que le ha servido de instrumento de creación para las historias que va construyendo a medida que le da vida a los diversos mundos.

Seguramente la pregunta que habría que hacerse en este momento es cómo identificar los lugares de orígenes en la narrativa de los escritores. No se puede enfrentar un cuento de Carver, Chéjov, Munro, Capote, Calvino, Piglia, Buzzati, sin entender sus orígenes ni  sus influencias (no literarias, sino que de la vida). En este caso, la lectura de biografías (buenas biografías) se convierten en una verdadera enciclopedia al momento de entender, por ejemplo, por qué Gabriela Mistral en la mayoría de su obra evoca –de forma constante– elementos nacionales como el cobre, la tierra seca, los cabritos, los niños, las escuelas públicas y los pueblos. Lo ha hecho también, Hernán Rivera Letelier, con la gran obra que se encuentra escribiendo desde inicios de 1990 que representan el mundo de las salitreras o el ambiente de la clase media de Alejandro Zambra, donde el olor de la estufa a parafina se mezcla magistralmente con el del cigarro. O, uno de los casos más notables –a mi juicio– son las crónicas de Pedro Lembel, que se suceden en los barrios bajos, la lucha de clases y la discriminación. Son en definitiva experiencias que los han marcado durante toda su vida y que puede definir una voz y un mundo propio para el trabajo literario y que traen arraigadas desde su lugar de origen.

Experiencias y lugares de orígenes, son un elemento insoslayable al momento de escribir. Lo son también las historias personales, aquellas que nos sirven para entender en qué momento alguien quiso dedicarse a la escritura, qué cosas influyeron, qué vivencias marcaron un rumbo, qué libros nos impulsaron a crear nuestras propias historias, qué escritores son los que nos ayudaron a crecer en este universo que hemos ido construyendo diariamente. El ejercicio actúa como una suerte de terapia de regresión, pero que es ampliamente recomendable, dado que nos sirve para escarbar en imágenes que a lo mejor estaban cubiertas por el polvo acumulado por los años. En este ejercicio de sanación podrá determinar qué hechos y lugares puntuales lo marcaron, los que asociados a un movimiento del inconsciente, serán denominadores comunes que prontamente se transformarán en imágenes potentes y efectivas que serán utilizadas –sin duda– en cada uno de los trabajos literarios que se proponga.

Acaso todo lo anterior esté profundamente relacionado con las experiencias –a esta altura nadie podría afirmar que los escritores demos vida a los mundos en base a una simple ficción–, porque sin duda, el lugar de origen, ha logrado transformarse en una especie de nirvana, un edén y un paraíso que hay que resguardarlo celosamente, para que nadie ni nada pueda penetrar en él. Con esto quiero decir que el lugar de origen representa mucho más que un simple escenario infantil, un lugar físico y contemporáneo. Por el contrario, el lugar de origen abarca mucho más que la cuna o una determinada ciudad o capitales regionales, a fin de cuentas es uno de los conceptos más maravillosos que existen. Y como hablamos de “concepto” sólo queda una conclusión: que el lugar de origen tiene su génesis en nuestra propia mente.

Es en este “escenario” en el que se alojan nuestras ideas, las concepciones estéticas e intelectuales, las experiencias, las señales con las que podremos trabajar alguna de las historias. Es nuestra casa, la calle, la micro, el trabajo, la universidad… el lugar de origen parece actuar como un todo, porque efectivamente lo es todo.

Imagine entonces un sitio en el que seamos capaces de alojar todos nuestros recuerdos y emociones. Una especie de caja de imaginaciones al que podremos recurrir cuando sea necesario para revisar un montón de archivos que permitirán dar vida a los personajes y mundos que vayamos creando en nuestra propia ficción; aunque no lo crea, aquellas creaciones parten desde el lugar de origen. ¿Qué tan importante es el lugar de origen para un artista? Diríjase al suyo y piénselo. De seguro más de alguna obra de arte encontrará.

Ilustración: Sergei Cordov, Santiago.