fd3458639b232ca6f0a96ce37d1912f3

 

La cocaína es un tema vedado en todas partes. Un manto de oscuridad cubre su producción y consumo. Roberto Saviano, quien ha publicado un libro que desmenuza los tentáculos del llamado “combustible del capitalismo”, tiene un precio por morir.

Recordemos que se trata de un producto originario de Sudamérica. Es sabida su importancia entre los pueblos precolombinos. Calificada de planta sagrada, ha quedado abundante registro de su uso (ofrendas, alfarería y rituales religiosos). Del descubrimiento de la planta hay solo leyendas. Algunas historias remontan al periodo precolombino (lo que es coherente con la evidencia arqueológica), pero otras apuntan al periodo de la conquista. La más conocida: se le dio a los súbditos del Inca, luego de la derrota ante los españoles, para que pudieran soportar las penurias de la invasión. Es decir, una planta para someterse mejor. Pero había una maldición asociada: enloquecería a los invasores. A pesar que en la colonia algunos blancos participaron del “Chakchar” (masticación), siempre se le consideró “cosa de indios”. La locura de la profecía debió esperar hasta 1860, cuando se aísla uno de los 14 alcaloides que contiene la planta, la cocaína.

Al principio no causó gran impresión el nuevo producto. El primer fabricante  (Merck) producía medio kilo por año. Pero en la década de 1880 surgen férreos defensores, entre ellos Freud, quien empezó a recomendarlo como antídoto para la adicción a los opiáceos. Sin embargo, aquellos a quienes la recetó terminaron adictos a ambas sustancias. Posteriormente negó que la hubiese recomendado. Pero sus primeras opiniones quedaron registradas en el libro “Über Coca” de 1884, un panfleto de alabanza disfrazado con lenguaje científico. Freud fue un reconocido consumidor y para escribir muchos de sus libros utilizó la droga. Otro notable es John Pemberton, un veterano de la guerra de secesión que inventa (en 1885) el “Vino de Coca Francés”. Luego, cuando se decretó la ley seca en el Estado de Georgia, elimina el alcohol de la receta creando así la Coca Cola. Ambos productos con altos contenidos de Cocaína y Cafeína. Auténticos “tónicos levantamuertos”, en una época en que abundaban los creadores de brebajes “curatodo”. Por esa época empezó una campaña mediática que asociaba consumo de Cocaína con negros y violaciones de mujeres blancas. Por ello, la compañía habría eliminado la Cocaína de la bebida. Digo “habría” porque aun la receta de la Coca Cola (la 7x) es un misterio y, por otro lado, Coca Cola Company pasó 70 años negando que hubiese incluido el alcaloide en sus comienzos. Gracias a las recomendaciones de Freud y otros la producción aumentó rápidamente de un año a otro. Debemos indicar que en esos tiempos el modo de consumo era principalmente inyectable, lo que lo hacía engorroso y caro. Posteriormente, los obreros portuarios norteamericanos comienzan a utilizar la inhalación como método de consumo. El procedimiento y el producto adquieren gran popularidad puesto que ayudaba a soportar las pesadas jornadas. La utilización de la Coca como estimulante laboral ya había probada con éxito por los españoles en la explotación de los minerales de Potosí. También tuvo amplio uso en las salitreras chilenas. Hacia 1914 se decreta tácitamente la prohibición a raíz de las conclusiones de la denominada “comisión Harrison”.

 

La Droga en Chile

La historización de los primeros años es una tarea difícil, pero no imposible. Marco Fernández (Doctor en Historia de la UC) emprendió esa tarea basándose en una fuente quizá inesperada: la revista “Farmacia Chilena”. El motivo es obvio: los primeros expendios fueron las boticas y droguerías. En tanto que los primeros traficantes fueron farmacéuticos y médicos. Una farmacia famosa fue “La Popular” (en Independencia), donde se expendía abundante opio y derivados, además de cocaína. Otro establecimiento fue una droguería clandestina en San Diego regentada por inmigrantes árabes. Pero rápidamente el tráfico pasó a diversos locales nocturnos (Cabarets, dancings, hoteles, prostíbulos, etc). San Diego, por poseer un terminal de buses en Plaza Almagro, además de una abundante vida nocturna, junto a connotados burdeles en Eyzaguirre, comienza a ser un punto de venta. Eran famosos el Follies Berguere (Plaza Almagro) o el “Chancleter” (Matta con San Diego). Esto atrajo al “compadrito” (rufián argentino), que trajo el tango y propagó el gusto por la “pichicata”, italianismo que significa “inyección”. Parte de esa época es relatada por Armando Méndez Carrasco en su clásico “Chicago Chico”. A pesar de la entrada de maleantes al negocio, los farmacéuticos y médicos no disminuyeron su importancia, hasta la década del 50 inclusive. Las falsificaciones de recetas, con firma de médicos connotados, incluso la suplantación, estaban a la orden del día. Por ese motivo la encargada de regular la venta del alcaloide era la DGS, la Dirección General de Sanidad. Otra de las funciones de la DGS era la fiscalización del consumo autorizado en las salitreras. La Policía de Investigaciones se crea recién a mediados de la década del 30.

No era lo único. El libro “La búsqueda del Olvido” (de Richard Davenport) señala que hasta el año 1926 Chile fue un importante centro de distribución de opio para toda América, siendo Valparaíso la puerta de entrada. Ese año atrapan a un tal Samuel Kong, cabecilla de la organización. Esto no fue impedimento para mantener a Chile en las grandes ligas del tráfico. Recién en 1936 se concreta el primer Reglamento de Estupefacientes.

Por su cercanía con Bolivia y Perú, el negocio se asentó en Arica, una ciudad descrita como un análogo de Tánger o Macao, tanto por su exotismo, como por su abundancia de orientales y operaciones de tráfico. Uno de las primeras familias mafiosas (ya en la década del 40) fueron los Huasaf, porteños de origen libanés y que mantenían fuerte presencia en el norte. Poseían laboratorios clandestinos en los alrededores de Valparaíso (Quillota, Limache, etc) y sus puntos de venta eran los burdeles porteños más afamados como La caverna del Diablo, El American Bar o el Yako, además de la exportación a USA y Cuba. Operaron sin problemas hasta 1959, cuando la organización queda al descubierto con la detención del Subprefecto de Investigaciones Carlos Jiménez, quien aportaba protección a nivel nacional a las operaciones de los Huasaff. El estilo de vida del policía era demasiado ostentoso para sus ingresos oficiales: casa en el barrio alto, autos caros, una fábrica de ropa a nombre de su señora, etc. Incluso donó una importante cantidad de dinero a la campaña de Jorge Alessandri. En su juicio, de enorme revuelo en la época, se citó a declarar a inesperados personajes entre ellos al mismísimo Carlos Ibáñez del Campo. También desfilaron subsecretarios, ex directores de ambas policías, jueces, abogados, médicos y de pronto todo el país pareció corrupto.

Uno de los involucrados, por ser quien proporcionaba el suministro desde Bolivia, fue un tal Luis Gayan, jefe de la policía secreta de ese país. Este sujeto merece un libro aparte. Algunos datos: carabinero chileno, habría sido expulsado de la institución en la década del 30, sin que estén claros los motivos. Emigra a Bolivia y participa en la Guerra del Chaco, conflicto que termina en 1937 con la derrota boliviana. En el campo de batalla se vuelve cercano a Víctor Paz Estenssoro. Cuando Estenssoro llega al poder (1952), pasa a integrar la “Oficina de Control Político”, cuerpo que administra varios campos de concentración y tortura. Entre ellos campea una figura siniestra: Klaus Barbie, ex Gestapo, traficante de armas y de drogas. Hay otro punto que pudiese unir a Gayan con Barbie: la pedofilia. Un prisionero de la época narra cómo se le lleva ante Gayan y la escena no la olvidará en su vida: sentado en un sillón arzobispal, Gayan con una mano acariciaba un jaguar y con la otra un adolescente semidesnudo. El nombre del muchacho era Gonzalo Bilbao, quien pasaría a ser uno de los más feroces torturadores de las variadas dictaduras bolivianas, con participación posterior en el Plan Cóndor.

En la misma línea, varios testimonios señalan a Klaus Barbie como visitante regular de Villa Baviera. Hasta el momento se sabe que los motivos fueron el tráfico de armas, pero pudo ser también la pedofilia y la droga. Barbie educó a sus hijos en Chile, manteniendo diversos negocios en nuestro país, cosa que hicieron otros ex -nazis avecindados en Sudamérica como Gerhard Mertins, Walter Rauff o Paul Schaeffer.

Un punto importante: según el propio Luis Gayan, Chile era menor en términos de consumo y le consta que se acostumbraba consumir “acido bórico con bicarbonato y una pizca de cocaína”. Chile era más bien un país de tránsito, “el más grande exportador”, según algunos autores. Este menosprecio a Chile como mercado lo ratifica El Loco Pepe, asaltante argentino llegado a Chile a mediados de los 50, en su libro “La vuelta al pago en 82 años”, donde se queja del ácido bórico. Respecto del Subprefecto Carlos Jiménez se suicidó en su celda antes que el juicio terminara.

En los 60 aparecen otros actores, dentro de los más célebres un sobreviviente del proceso de Carlos Jiménez: el cabro Carrera, cuya hija fue apadrinada por el detective. Otro traficante de este periodo fue el Yayo Fritis, ariqueño, de excéntricas costumbres y gran fortuna. El primero lideraba la “hermandad de Santiago” y el segundo “la hermandad de Arica”, forma de designar a los carteles de la droga. Varios cronistas cuentan que hacia finales de los 60 el consumo ya no era menor y se estaba transformando en un problema de salud pública. Hay varias medidas que intenta Allende, sin éxito, para paliar el problema. Pero claro, no era su único tema de preocupación.

Con el golpe de estado se acaba esa primera época del tráfico nacional. Según varios autores, Pinochet, en un intento por congraciarse con Nixon (aunque es más probable que estuviese congraciado desde el principio) entrega a 19 traficantes a la DEA, como Vladimir Banderas, el Cabro Carrera, Selim Valenzuela y, por supuesto, el Yayo Fritis. Pero se dice que casi todos volvieron de Miami. Más aun, con jugosas indemnizaciones, puesto que nada pudo probárseles. Tenían muy buenas conexiones en USA. Varios de ellos se establecieron en Colombia, donde fundaron el germen de los carteles que se hicieron famosos en los 80. Uno de ellos Fritis. Murió a finales de los 70, en una explosión de un laboratorio clandestino.

Ilustración: Lenka Simeckova