Vísperas y extramuros
Se sabe: de las relaciones entre la literatura y sus usuarios –esa calaña de pragmática– también pueden surgir poemas. Poemas, por ejemplo, que rentabilizan los intensos dramas desencadenados por la poesía sobre el lector o sobre el mismo poeta. Que Bruno Montané se las arregle para salir airoso de un trance por el estilo, sin volverse un posible blanco de los anatemas que hasta los expertos en la materia vienen achacándole a este “juego ya incapaz de emocionarnos” –como dijera Lubomir Dolezel en su Heterocósmica–, constituye uno de los méritos de su reciente poemario, el primero que se publica en Chile.
Quizá la gracia que permite poner a Mapas de bolsillo en el ítem del trigo, separado de tanta paja procesualista, superconsciente, recursiva o work in progress, radique en la exhaustividad casi barroca con que encara los desdoblamientos de lo enunciado y la instancia de enunciación. No sólo hay aquí un discurso sostenido sobre el arte en general o sobre la poesía o la historia poética en particular, sino múltiples modalidades de inserción personal y de crítica al espacio en que se producen los versos, estos versos y los de los demás, amigos grafómanos y, al parecer, colegas integrables a un “nosotros” frecuentemente referido. Así, los poemas de Montané pueden llegar a convertirse en un fantasma o una constante víspera literaria, un objeto utópico o distópico, algo que estuvo antes o que tal vez esté luego, a menudo fuera de la página. Los Mapas se trazan en vivo e in situ, regresan a la trastienda de su diseño, postulan un recuento de sus incertidumbres o se atreven con reflexiones más ambiciosas acerca del oficio. Los productos de tal estrategia obligan a reconsiderar, siquiera por un rato, aquellas definiciones de la literatura como una manera de ser que se alimenta del rechazo de sí misma (la autofagia de Paul de Man), y recuerdan también, por supuesto, los textos en que Enrique Lihn apretaba pese a todo la barra espaciadora, porque peor era tragar saliva. No hace falta decir que lo de veras significativo es la excelencia del resultado: “Aquella gente que vi merendar / bajo un grupo de árboles, me parecieron / surgidos de un viejo poema. / Llegué a pensar que aquella escena / estaba configurada / como los versos de una vieja estrofa / en un poema ya desaparecido. / Lo que podríamos entender / en la lectura de un antiguo poema, / aparecía proyectado sobre los gestos / de aquella gente que comía / y descansaba bajo los árboles. / Había algo extraño en los rostros / de esas personas. / Sentí que aquel viejo poema / aún no estaba terminado”.
Si la condición de víspera plantea desajustes en el tiempo, los Mapas tienden a percibirse además como espacialmente marginales. Es tal la incidencia de un hábitat de extramuros, que uno estaría tentado de introducir un correlato con cierta bullada marginalidad gremial, la de los poetas excluidos de la sociedad burguesa; e individual, la de un Montané todavía no cartografiado en el ámbito de la nación, o reducido aún a su filiación infra o viscerrealista. El territorio de pronto se torna subjetivo, psíquico (“dioses interiores”, “ecos en mi cerebro”), pero la mayoría de las veces apunta a una naturaleza rara, colindante con la ciudad, incluso rururbana, para emplear un neologismo arquitectónico. Por allí los sujetos adquieren rasgos de alimaña, reptiles o anfibios moviéndose entre madrigueras, pantanos y cavernas, entre cimas y simas, siempre atentos a las señales que provienen de la urbe y a las imágenes que sólo pueden darse en las afueras, a lo lejos o bajo el suelo, como “mitos de la intemperie”. En consonancia con su título, el libro toma entonces un rumbo geológico, climatológico y orográfico, mientras que el léxico elegido va agregando nuevas dimensiones de marginalidad: poemas nada oscuros aunque encabezados o tachonados por palabras un tanto inusuales (cinabrio, brocardo, calicata, glacis, paralipómenos); términos que, como las poetas-bestias respecto del mundo, se sitúan misteriosamente en el extrarradio de sus congéneres y del lenguaje ordinario.
Mapas de bolsillo, de Bruno Montané
(Tajamar, 2014)