La situación actual de medio oriente no puede ser comprendida cabalmente si es que no se pone en la ecuación el tema nuclear. Al programa nuclear israelí algunos analistas le llaman “El secreto peor guardado del mundo”. Pero no fue tan mal guardado: al menos hasta 1986. A mediados de ese año Mordechai Vanunu, técnico nuclear hebreo, entrega a la prensa inglesa pruebas fiables de que las instalaciones nucleares de Israel tenían capacidad para producir armas atómicas. Esta revelación le llevó a 18 años de cárcel. Salió el 2004, pero hoy en día no se le permite acercarse ni a puertos y aeropuertos ni a Internet.
Las estimaciones de los especialistas respecto del número de ojivas va de 80 a 200 cabezas nucleares. Incluso algunos señalan una capacidad superior a la de los ingleses. No existen datos disponibles respecto de la potencia en megatones de esas ojivas. Pero al menos se sabe que su potencia no se hallaría establecida en humildes kilotones. El programa nuclear israelí se inició en la década del 60, cuando la tecnología nuclear ya estaba madura. Sin entrar en detalles respecto de las consecuencias de un ataque nuclear, se estima que una bomba de un megatón podrían matar (en los dos primeros días) a todos los habitantes de una ciudad como Santiago, ya sea por los efectos directos de la explosión o por efectos secundarios, como la lluvia radiactiva. Es decir, los israelíes poseen suficiente poder destructor como para acabar con buena parte del mundo.
Esas armas fueron construidas con el apoyo técnico de Francia, quien, a su vez, había recibido el apoyo previo de los norteamericanos. La participación de Francia en ese proyecto tiene una explicación curiosa. Luego de la segunda guerra mundial Francia quedó herida en muchos ámbitos y uno de los importantes fue el aspecto moral. La tierra de la igualdad y la fraternidad había prestado decidido apoyo a los nazis, comulgando en una medida importante con los ideales antisemitas. El colaboracionismo fue muy corriente, incluso entre las tropas francesas. Dicha permeabilidad ideológica explica en parte la facilidad de la derrota francesa. Arthur Koestler describió en varios de sus libros, la cruda realidad de la conciencia francesa antes, durante y después de la ocupación. El complejo de culpa fue mayúsculo cuando se destapó la realidad de los campos de concentración, muchos de ellos alojados en suelo francés. Ello llevó al importante apoyo que brinda Francia el año 47 a la construcción del estado de Israel. Eso explica, también, como es que Sartre (que fue tan lúcido en muchas materias) participaba de ese apoyo y con él, buena parte de la intelectualidad francesa.
Diez años después de la mal llamada “Independencia de Israel” el apoyo francés continuó como asesoría en asuntos nucleares construyéndose una instalación secreta al sur de Israel, en las cercanías del pueblo de Dimona. La versión oficial señalaba que esas instalaciones serían utilizadas para construir un reactor nuclear, el que, a su vez, alimentaría una planta desaladora para dotar de agua al desierto del Neguev. Sin embargo, la pretensión de una bomba atómica era una idea antigua que rápidamente cobró forma, bajo los auspicios del primer ministro David Ben Gurion quien, en esa época, gobernaba en su segundo periodo. Como dato anecdótico, Ariel Sharon era uno de los opositores a la idea de poseer la bomba, puesto que pensaba que el ejército hebreo era el mejor de la región. Es muy posible que luego del cuasi desastre en la Guerra de Yom Kippur haya cambiado de idea.
Quienes estuvieron en Dimona en esa época señalan que todo era francés: la educación, el comercio, los trámites administrativos, etc. Pero el nivel de actividad nuclear era de difícil detección aérea porque había sido construida de manera subterránea, a seis pisos de profundidad. Eso explica el temor que sienten los israelíes a los túneles de los palestinos: es una técnica que ha sido usada intensivamente por los propios israelíes.
Sin embargo, las ambiciones nucleares fueron ocultadas a los norteamericanos, al menos al aparato oficial y a la opinión pública. Las primeras sospechas vinieron en los últimos meses del periodo de Eisenhower, pero quien realizó mayores acciones para transparentar la verdad fue John Kennedy. Durante su campaña presidencial se comprometió a realizar inspecciones patrocinadas por la ONU, cosa que intentó cumplir cuando fue electo. Ben Gurión visiblemente alarmado intentó reunirse con Kennedy, pero solo lo logró al segundo viaje. Esa dilación ya era una vergüenza para Ben Gurión y su gobierno. En aquella reunión se estableció la realización de una inspección, pero con dos condiciones. La primera de ellas: que fuera realizada por funcionarios norteamericanos. Israel no estaba en condiciones de recibir a la ONU. Hay que recordar que la ONU tenía una cuenta pendiente con Israel. El año 48 fue asesinado el mediador en la guerra con los estados árabes. La segunda condición es que fuera informada con anticipación. “Seis meses de anticipación”, señalan algunas fuentes. Tiempo más que suficiente para la construcción de diversas estructuras que disimularon y escondieron las instalaciones. El informe de los inspectores concluía que Israel no poseía la capacidad de fabricar una bomba atómica. Muchos analistas sostienen que el resultado no dejó conforme a Kennedy. Insistió con la necesidad de realizar una inspección imparcial, generándose abundante correspondencia entre él y el líder hebreo. A mediados de abril de 1963, luego de un ultimátum de Kennedy Ben Gurion decidió tanto su salida del gobierno como a su reemplazante, el siniestro Levi Eshkol. Ex integrante de IRGUN, movimiento terrorista sionista de la época de la ocupación británica, tenía a su haber muchas operaciones y muertes por “la causa”. Como se sabe, hay muchas teorías acerca del asesinato de Kennedy. Una de las más recurridas se origina en el excesivo celo que puso el presidente norteamericano en evitar que Israel adquiriera el estatus de potencia nuclear. Esta teoría es avalada por diversas pruebas. Una de ellas: quien mata a Lee Harvey Ostwald (el supuesto asesino de Kennedy), fue Jack Ruby (o Rubinstein), un importante miembro de la mafia judía en USA. Quien, a su vez, muere en extrañas circunstancias 4 años más tarde. Debemos recordar que la mafia judía en Norteamérica es tan importante como la Mafia italiana y es incluso más antigua. Se formó durante la gran migración de judíos rusos a finales del siglo XIX. Algo alcanzó a decir la Vanunu sobre estos hechos cuando expiró su condena, el año 2004. Pero rápidamente fue aislado y hasta el día de hoy no se le permite tener contacto con extranjeros.
Otra de las medidas que propuso Kennedy fue la firma de un tratado de No Proliferación de Armas atómicas, el que es finalmente aprobado a finales de la década del 60 y firmado por casi todos los países. Uno de los pocos países que no firmó el TNP fue Israel. Hasta el día de hoy no lo ha hecho. Se ha señalado que Ben Gurión intentó que ese tratado no prosperara, al menos no antes de tener desarrollado el poderío nuclear.
Toda esta historia se halla envuelta en mucho hermetismo y sus vericuetos parecen sacados de una novela de espías. Es otra vez la realidad superando la ficción. Actualmente, la política israelí está en lo que llaman “opacidad”, aunque más justo sería llamarle ambigüedad. No niegan ni rechazan su capacidad nuclear. Queda por analizar qué consecuencia tiene este hecho en la guerra con los palestinos y en la probabilidad de éxito de un Estado Palestino real. Pero es muy posible que en el puzzle de medio oriente, Palestina represente menos para los israelíes, a pesar de los tres misiles que lanzaron los palestinos contra Dimona, con el objetivo no de destruirlo sino de visibilizarlo. Es claro que sus verdaderas preocupaciones son Irán y Arabia Saudita. El primero de ellos con un programa nuclear bastante desarrollado, en tanto los Saudíes serían los verdaderos dueños del programa nuclear pakistaní, puesto que lo financiaron con abundantes petrodólares. Puede que haya muchas novedades en el futuro cercano.