Imaginémosla a ella, sentada en la banca de esa plaza desierta cerca de su casa. Y está nublado; está corriendo el viento. Ella se fuma el último Marlboro de la cajetilla que no compró; y sus labios con delicadeza lo envuelven. Sin saber si es el último cigarro que se llevará a la boca o la última vez que ahí se va a sentar. Se sabe ya que él no va a venir a la plaza. Que ella no va a vivir más que hasta mañana y que ése Marlboro que se fuma fue el último que él dejó en la casa. Él se fumó el penúltimo, dijo chao, le dio un beso en la frente y se fue. Ella preparó el café al día siguiente y lo esperó hasta que la taza se enfrió y no le salió más vapor. Dejó las tazas sucias encima de la mesa y se fue a la ducha a llorar. La semana siguiente él tampoco llegó. Ella toma el último cigarro y se va a la plaza. Sabemos ya que ella no lloró: ese último cigarro ni cuando dio el último aliento con la mano en su cruz. Sabemos que él si lloró el penúltimo cigarro; no cuando el cáncer le llegó al cuerpo, pero sí cuando por eso se fue.Imaginemos ahora la banca de esa plaza media desierta cerca de la casa de ella. Con la colilla en el suelo, pero sin ella.