Las ideas están formadas por unidades mínimas de partículas y es por ello que cada parte está signada a un sinfín de variables. Del mismo modo que en una muñeca rusa, las ideas se pliegan sobre sí mismas y comprender su mecanismo nos permitirá una sucesión infinita de universos posibles.
Bengalas es el cuarto libro de cuentos de Enrique Decarli. Aquí el argumento en ocasiones irrumpe, muta o simplemente se pierde, pero no por ello los personajes se molestan ante el cambio. Avanzan según el relato, guiados por todo lo que el argumento calla, una vez que desaparece dentro de las variables que surgen gracias a la prosa impecable del autor.
“Los despojados” es el primer cuento del libro y comienza así:“Nadie bajó conmigo en la estación. El subte cerró las puertas y arrancó en dirección a Lavalle.” Enrique Decarli propone en este cuento una imagen simple, una idea eficaz, pero no por ello menos compleja. El protagonista nota que está solo y gracias a esa primera observación el argumento comienza a desplegarse en diferentes variables que harán entender al personaje que lo observable está siempre ahí, esperando a quien lo mire.
El libro comienza con la frase de Andrés Rivera que dice: “si se crean fantasmas, será obligatorio creer en ellos”. El autor anticipa con esta frase la posibilidad de encontrar líneas argumentales como fantasmas, que primero modificarán la estructura narrativa inicial y luego la transformarán a través de la emoción y la sencillez de los personajes.
“El único sonido provenía (sinfín) desde más allá de una arcada. Salté en mi pie izquierdo hasta una escalera mecánica y, simplemente, me dejé llevar. En el pasillo me senté en el suelo, descansé un rato contra la pared y quizás me adormecí. De pronto la estación había enmudecido y alguien a mi derecha tosió como a propósito. Abrí los ojos. Era un linyera más o menos de mi edad. Me levanté de un salto, y desde esta nueva perspectiva, entendí por qué, de repente, tanto silencio. La escalera mecánica no funcionaba. Pero no es que se había detenido. Ya no estaba, no estaba más.”
“El Negro Vila era, además de negro, narigón. Tan negro y tan narigón que casi presumía. Por eso cuando lo conocí le agarré bronca. Al poco tiempo nos hicimos amigos y me presentó a su familia. Lo primero que noté fue que ninguno era negro. Ninguno era narigón en la familia Vila. Adoptado de acá a Luján, pensé. Y me dio lástima, pobre Negro. Negro, narigón y adoptado.”
“El Negro Vila” es el cuarto cuento del libro y en él observamos cómo el argumento (y los elementos que de él se desprendan) puede guiarse directamente por la psicología de los personajes. Dentro de una agobiante noche de estudios el autor recrea un encuentro entre dos amigos donde la resolución del conflicto quedará signada a comprender el juego de imágenes que desde la profundidad del Negro Vila aparecerán de manera sencilla e inverosímil.
Las ideas, una vez conformadas, son naturalizadas para concurrir a ellas cada vez que la forma lo requiera. Y por ello quedan en la memoria con la nostalgia de alguien que viaja cada vez que las recuerda. “Reencuentro” es el décimo cuento del libro. Esta vez nos enfrentamos a la sensación que genera la extrañeza de enfrentar dos ideas como imágenes contrapuestas, signadas a un pasado y a una persona que no podemos reconocer ni siquiera en los amigos. Ni siquiera en uno mismo.
Las ideas como partículas toman su forma original dentro del cuento “Cuatro tapas y manijas amarillas” donde el autor dice de ellas: “Por eso a veces tengo miedo. Miedo de que un día me delaten. Supe de rivalidades. De noviazgos. De roturas y separaciones de cables que terminaron en cortocircuito. Por el momento nunca escuché hablar mal de mí. Pero hay días en que me siento amenazado. Observado por mil filamentos incandescentes dispuestos a electrocutarme. Por el cucú, que sale a cantar cuando quiere. La cerradura, en el seno de su combinación, tiene el poder de encerrarme hasta que muera, solo, hambriento. Igual pienso. Pienso y espero. Nada de eso va a pasar mientras no deje de llamar a Miguel.”
Retomando la frase de Andrés Rivera, Enrique Decarli crea, en cada cuento, un fantasma que se apropiará de todos los elementos que en el relato se hayan desarrollado, y de esa manera, lo narrado irá explorando variables y explotando sus formas como bengalas en manos de un poseído.
Ilustración: Mao Hamaguchi