0d5b2dbc6d8818263f88d5e2444c6b98

Por supuesto aún existen los románticos, los que creen en las teorías de la conspiración, el sistema democrático y aseguran que Matrix es solo una película del siglo veinte. Para ellos la parafernalia sigue elaborando fechas patrias y excusas de celebración que amordazan sus anhelos con prácticas de consumo relajado. Para ellos siguen existiendo las navidades, los cumpleaños y el día de san Valentín, fecha en la que se conmemora la matanza de unos mafiosos regalando bombones, flores y otros objetos de caducidad inmediata, símbolos de la fugacidad de la existencia.

Después estamos nosotros. Esperamos el segundo advenimiento de Batman, el momento en el que se corregirían todos los errores y se restablecerá la cordura en este mundo imberbe. Fuimos los primeras educados sin arquetipos y no aspiramos a cumplir falsas expectativas para nadie. Asimilamos desde niños la certeza de que la vida duele pero mata y, por lo tanto, todo sufrimiento es electivo. Si se opta por uno se considera una práctica de perfeccionamiento. La reproducción, por ejemplo, no es obligatoria ni deseable ahora que más de medio mundo muere de hambre y todo lo ingerido enferma en mayor o menor medida. Los románticos siguen copulando como conejos y así están. Nosotros somos más como las plantas, podemos controlar todo el sistema con un cortecito acá y otro allá que aliviana los humores. No obstante, no somos ajenos a la histeria. Pese a crecer alejados del deseo y educarnos en el pragmatismo de una vida útil, no han logrado eliminar del sistema interno cierta falla que reacciona al estímulo visual de algunos prototipos de la especie. El problema persiste porque hasta la fecha no se ha detectado la constante que lo determina. La alteración del orden no responde a un modelo de belleza o inteligencia superior, estudiamos casos en los que alguien pierde los papeles por un ejemplar tosco, sin ni siquiera abdominales esculpidos y de constatada atrofia intelectual. Leemos esos expedientes subrayando en distintos colores las características del cortocircuito pero todo resulta tan anómalo que no nos identificamos con los hechos. Para la mayoría son leyendas urbanas que alimentan la prudencia.

La histeria es un inconveniente pero se nos entrena en el reconocimiento de las señales que anticipan su aparición y existen infinitos métodos para bloquearla. Meditación, horticultura, fisioterapia, masajes y, para los más creativos, prácticas de artes combinadas donde canalizar el runrún desaforado. Para la mayoría es apenas eso. Un runrún ciclotímico que distorsiona la serena percepción del entorno y los otros, introduciendo anomalías desfasadas donde la apariencia se impone provocando que, de pronto, tengamos ganas de viajar, vivir en otro lado, ser distintos o incluso establezcamos patrones de comparación entre especímenes inmediatos.

Los románticos siguen consintiendo en la dupla y se emparentan temporalmente con la excusa dudosa de la reproducción asistida. Nosotros no llegamos nunca a tanto. Los cuadros de histeria severa se resuelven con un internamiento, casi siempre voluntario, donde nos enfrentamos a la batalla de las hormonas y a los resabios del proceso cultural. El centro garantiza la asepsia necesaria para las prácticas pertinentes. Se ingresa tras una exfoliación completa dejando en custodia los objetos personales. Las habitaciones son amplias, oxigenadas y luminosas. En todas se emite una programación continuada de ficciones sentimentales. Las producciones son remakes de clásicos de todas las épocas. El argumento es siempre idéntico.

Desarrollan la peripecia de la histeria en su máximo apogeo. Cambian nombres y escenarios pero las consecuencias son siempre idénticas y predecibles. La visualización interactiva permite que nos involucremos en la trama identificando los factores obvios, manipulaciones y artimañas que el dispositivo despliega para generar una cortina de humo donde hombres y mujeres pueden ser mejores y felices en pareja. El recurso que más molesta es el consabido final, una pericia técnica que la vida no proporciona. A medida que los días avanzan la digestión de la ficción se acelera. Una proyección de hora y media se resuelve en diez minutos de buena concentración.

Se aprovecha esa semana para rellenar formularios donde se vuelca información básica sobre nuestro malestar para identificar el grado de desequilibrio. Los resultados determinan la elección de candidatos para el tratamiento. A veces alcanza con una serie de higienizaciones sexuales. Cuando el repertorio postural comienza a repetirse, las ganas de volver a casa aparecen solas. Si el runrún defectuoso persiste como un lamento sordo e injustificado, se opta por una combinación de praxis sexual y enfrentamiento dialéctico. Esa internación es un poco más larga. Los candidatos deben memorizar nuestros perfiles para poder mantener conversaciones entretenidas sobre cualquier temática. Se exige evolucionar en la argumentación y en la toma de posiciones hasta lograr un grado de enfrentamiento satisfactorio. En poco tiempo la verbalización impera o dificulta el encuentro de los cuerpos y abandonamos el centro reconciliados con nuestro desempeño solitario y eficaz de las funciones de la especie.

Los románticos consideran que nuestro entendimiento del mundo es profiláctico y simplista, pero qué pueden decir ellos si han dejado de creer en Batman.

Ilustración: Arik Roper, Batman Iron Age