La Señora A estaba sentada en el porche de su casa, disfrutando un libro muy gordo y enorme. Le gustaba estar en ese mismo lugar todas las tardes después de su habitual charla con sus hijos, a los cuales no veía hace mucho años, es muy difícil cuando los separan millones de kilómetros a través del espacio. Su rutina era bastante simple, después de hacer las labores domésticas (le encantaba hacerlas) llamaba a sus hijos por comunicación sub-espacial, revisaba viejas fotografías de los álbumes holográficos, dejaba caer una que otra lágrima, y luego salía en busca del libro de turno y volvía a su preciada lectura.
Disfrutaba de los clásicos terrestres como Víctor Hugo, Jules Verne y Bradbury; le gustaba soñar con épocas más simples, pausadas, tranquilas cuando el hombre tenía solo su mundo para explorar, cuando solo tenían un planeta por descubrir; disfrutaba sentir la brisa llegando a su cara, podía quedarse horas hasta entrada la noche, cuando veía asomar por las lejanas montañas las dos pequeñas lunas que el planeta Lubus tenía. Era en esos momentos que se llenaba de una sensación de nostalgia, recuerdos muy antiguos llenaban su cabeza, esos con olor a viejo… Con colores viejos.
A la Señora A le gustaba recordar todo en color sepia, le agregaba “elegancia” así se lo expresó en una reunión a una amiga en alguna de las tantas reuniones sociales, gustaba de catalogar sus recuerdos separándolos mentalmente para hacer más fácil su búsqueda, tenía serios problemas con la organización, además su avanzada edad no era de mucha ayuda a la hora de recordar tantas cosas.
Separaba sus recuerdos por: cumpleaños, hijos, nietos, recetas de cocina y en último lugar la que llamaba simplemente como B. En ese lugar recóndito estaban guardadas las imágenes y palabras que el Señor B alguna vez dijo e hizo.
Se conocieron en una de esas tantas fiestas de oficiales, donde los aspirantes a navíos espaciales podían conocer chicas, la Señora A había sido arrastrada a una de esos tantos eventos por su hermana la Señora O, quien conocía muy bien aquellas reuniones donde aumentaba sus amistades. El Señor B era un tipo alto con ojos tan azules como el mar terrestre en sus mejores días, un tipo guapo según los comentarios, quien quedó prendado del andar de la Señora A, un sentimiento mutuo que surgió instantáneamente. Desde ese encuentro, estuvieron juntos veinticinco años, tuvieron tres hijos, los cuales viven sus vidas en diferentes colonias planetarias del cuadrante.
Fueron felices muchos años hasta que la guerra llevó al Señor B como piloto rumbo al espacio profundo en misiones cada vez más arriesgadas. La última era entregar suministros a los puestos de avanzada y él era parte de las escoltas de custodia. Nunca más se volvió a saber de él, era como si el espacio se lo hubiera tragado para no devolverlo jamás, como los antiguos pescadores atrapados en los inmensos océanos. Ella terminó de cuidar y educar a sus hijos para luego retirarse a la vieja casa que los había albergado por tantos años, aquella que vio transcurrir el tiempo más feliz en sus vidas. Cada tarde en el mismo lugar, esperando que la vida pasara frente a sus ojos, no tenía otra motivación, estaba sola y sabía que moriría de la misma forma.
Las luces estaban apagadas, los sensores de proximidad estaban encendidos, los purificadores de aire sonaban con su particular sonido llenando toda la casa de un aire fresco envasado que ella odiaba. Estaba a punto de meterse en la cama cuando recordó desactivar las regaderas de su pequeño huerto, el cual cuidaba con mucho ahínco. Una brillante luz entró por los ventanales de la cocina, los tonos amarillos inundaban todos los rincones, le parecía muy familiar, conocía muy bien esas tonalidades. Salió por la puerta delantera con paso decidido y firme, dio la vuelta hacia el invernadero, su corazón golpeaba violentamente su pecho.
Lo primero que vio fue una antigua nave caza posada en el césped, el fuselaje totalmente nuevo, sin ninguna magulladura típicas del viaje espacial o de las incontables batallas que se suponía un modelo tan viejo debería tener. Los ojos de la Señora A no podían creer lo que estaba viendo, mientras la pequeña compuerta posterior se abría dejando salir la típica luz color azul de la cabina.
Una conocida figura comenzó a avanzar directamente hacia ella quien aún estaba cegada por la potente luz; largos y firmes pasos daba el hombre mientras el corazón de la Señora A amenazaba con salirse del pecho. Cuando estuvieron frente a frente él desmontó su casco lentamente mientras no dejaba de observarla, eran los mismos ojos que vio por última vez hace más de treinta años. Ella extendió su mano para tocar su rostro y el suave mechón de cabello que caía por su frente, él saco sus guantes tomando sus manos; ya no cambian dudas; El Señor B había regresado.
Empinó sus pies para besarlo en la boca como aquella vez, un largo y amoroso beso que sepultó años de tristeza y sufrimiento, después de tanto tiempo las explicaciones no importaban mucho, aun así quería saber lo acontecido.
—¿Dónde estuviste tanto tiempo? — Su voz salió muy suave y cargada de amor.
—Muy lejos, en un lugar donde el tiempo no es importante.
Lamento tanto el haber estado ausente, pero no podía regresar sin arreglar unos asuntos. Vi que lo hiciste muy bien con nuestros niños, ya crecieron y tienen sus propias familias, no sé cómo darte las gracias por todo eso. Sé que hice mucha falta, pero estoy de vuelta, regrese por ti–
Los ojos de la Señora A se llenaron de lágrimas, recordando todos esos años que no estuvo presente cuando más lo necesitó. Sin embargo, su inmenso amor solo dejaba espacio para el perdón y tremenda alegría que ahora sentía.
—No llores por favor, sabes que la tristeza no le viene a tu cara, tu sonrisa es lo mejor que tienes — le decía el Señor B mientras acariciaba la lisa y hermosa piel que nuevamente volvía a tener. Ella tocó con asombro sus mejillas, sus manos, se dio cuenta que volvía a ser la misma joven y hermosa mujer de antaño mientras miraba esos grandes ojos azules buscando una explicación.
—He estado en un lugar que no puedes imaginar, más allá de las manos de la muerte, donde volvemos a ser quienes somos realmente. Nuestros cuerpos físicos no importan, solo nuestros corazones. Está es solo una muestra de todo lo maravilloso que es, al lugar que nos dirigimos es un sitio donde nada que conocemos es aplicable.
Tomó sus manos dándole ese calor tranquilizador, la Señora A mordió su labio inferior, pensando que no tenía nada que perder, sentía que era lo correcto, no sentía dudas y no quería tenerlas. Él había regresado y era lo único que importaba. No quedaba más que decir.
—Sabes que siempre estaré feliz si me acompañas y estas a mi lado. No volveré a separarme de ti.
El Señor B la besó muy fuerte, luego de eso, caminaron hacia la luz azul lentamente como si nada importara. Se perdieron en el interior de la pulcra nave, esta se elevó despacio sin prisas, mientras el calor de los motores llenaba todos los rincones de pequeño patio. Subió verticalmente perdiéndose en los millones de puntos luminosos que tiene el infinito, transformándose en uno más de ellos.
La Señora A y el Señor B estaban juntos para siempre.
Dedicado a la memoria de la Señora A, con su ejemplo pude transformar lo imposible en posible.