Este texto nace porque al leer Las palabras y las cosas de Michel Foucault, hay un capítulo dedicado a la episteme –un espacio histórico delimitado donde se configuran ciertas maneras de racionalidad, discursividad y prácticas que condicionan las formas de pensar y actuar en un momento dado–, prevaleciente, según el francés, durante el siglo XVI y XVII en el mundo occidental. Esta episteme renacentista se guiaría básicamente por un principio de similitud, esto implica que lo percibido en el mundo es entendido desde la similitud con otro elemento del mundo, de esta manera todo parece encadenado e infinito en esta línea eterna de similitudes que conforman el todo. Para conocer estas similitudes hay que captar sus “huellas” al modo de analogías, emulaciones o simpatías (por ejemplo, la planta es un animal que está de cabeza, con la boca-raíces hundidas en la tierra o el rostro humano emula al cielo y la mente refleja la sabiduría divina cósmica, y así la claridad limitada de los ojos como la iluminación del cielo en el sol y la luna, etc). Foucault sugiere que esta forma de entender la experiencia vinculada al saber en esa época, sería el antecedente de las primeras formas de pensamiento científico, que sería una episteme vinculada con otras formas de saber más cercanas a la idea de Descartes del conocimiento como representación desde el sujeto.
¿Qué tiene que ver esto con consumir hongos, ácido o mescalina?
Antes que nada, las experiencias alucinógenas varían en complejidad, entre sustancias, y de persona en persona, a veces muy distanciadas y otras casi iguales. Sin embargo, hay ciertas características comunes al fenómeno y lo ensayo a partir de las propias vivencias, relatos de amigos cercanos y foros donde otras personas relatan lo que van sintiendo con cada sustancia; dejando de lado o suspendiendo momentáneamente experiencias alucinatorias más potentes y disociativas por alejarse demasiado del artilugio explicativo (como por ejemplo, una infusión de ayahuasca). A partir de esto cabe esbozar cierto “modo” que a veces surge en un viaje de alucinación, y que es el motivo de este primer acercamiento con la teoría de Foucault: lo llamaré el modo armónico. Esta característica reúne casi todos los elementos que el texto del filósofo europeo describe de la episteme dominante del siglo XVI y principios del XVII, como una racionalidad pre-científica.
El lenguaje que surge desde el modo armónico se estructura a partir de que todo está en cierta forma mezclado, por ejemplo, el movimiento y la estela de un pájaro está referida al sonido lejano de una bocina en un sentido rítmico, o el rostro de un amigo puede asemejarse y ser el de un animal en el sentido de analogía, no teórica sino intuitiva. También, los límites de los seres y las cosas se vuelven difusos, la mano de uno puede conectar y mutarse con la arena, todo en movimiento y respiración constante, todo calzando como un rompecabezas completo y cambiante a la vez. Esto va a la par del principio de “conveniencia”, que opera a la manera de que, “dentro de la amplia sintaxis del mundo, los diferentes seres se ajustan unos a otros; la planta se comunica con la bestia, la tierra con el mar, el ser humano con todo lo que rodea […] el mundo forma una cadena consigo mismo […] las similitudes se persiguen de círculo en círculo, reteniendo los extremos en su distancia (Dios y la Materia)” (Foucault, 27-8).
Pero también la experiencia enteógena está relacionada fuera de la noción de mera proximidad y mezcla con el entorno, porque pueden haber respuestas de cosas dispersas y lejanas, rompiendo esta “cadena” basada en la ley del lugar. La comunicación, fuera de lo lógico, con un cerro del horizonte que cambia de tamaño a cada latido del corazón se revela como emulación, es decir, el cerro como un corazón que late y está conectado por las venas de las huellas del agua que va dejando la lluvia en sus hendiduras y vegetación. “[…] las cosas pueden imitarse de un cabo a otro del universo sin encadenamiento ni proximidad: por su reduplicación especular, el mundo abole la distancia que le es propia; triunfa así sobre el lugar que le es dado a cada cosa. ¿Cuáles son los primeros de estos reflejos que recorren el espacio? ¿Dónde está la realidad y la imagen proyectada?” (Foucault, 28). De esta manera puede establecerse una armonía en constante comunicación, el brazo que emula ser la rama del árbol o la estrella que baja del cielo y emula ser la propia lágrima de la emoción del momento.
También las analogías, como las ilustradas en el primer párrafo, suelen llegar a conformar relaciones de cosas por tenues semejanzas durante el efecto de la sustancia. Las analogías operan de forma que, “las similitudes de las que trata no son visibles y macizas de las cosas mismas; basta con que sean las semejanzas más sutiles de las relaciones […] por ejemplo, la relación de los astros con el cielo en el que centellean se encuentra de nuevo así: de la hierba a la tierra, de los vivientes al globo que habitan, de los minerales y los diamantes a las rocas en las que están enterrados […]” (Foucault, 30). Esta manera de saber, normalmente entendida desde la metáfora lingüística en lo cotidiano, durante el “viaje” se expresa como vivencia, e irradiando desde el punto en que uno está, semejanzas personales con lo “externo” y a su vez recibiéndolas. La canción y sus notas que uno escucha de ella desde un parlante pueden establecerse contigo como si uno fuera una nota más del entramado del paisaje donde se experiencia el trip, que sería “una canción más grande”. La propia respiración se liga con la respiración de las tablas de la casa, que a su vez, aparecen como “la nariz y los orificios” donde la casa –personalizada por analogía– siente y armoniza con la persona. La bolsa que contiene un par de plátanos puede ser para la persona una analogía a su sensación de encierro de su momento, y perciba que las frutas estén atrapadas, y luego “las salve”.
Sin embargo, la forma de semejanza que más creo vinculada a este tipo de experiencias de modo armónico es la simpatía, ya que, “tiene el peligroso poder de asimilar, de hacer las cosas idénticas unas a otras, de mezclarlas, de hacerlas desaparecer en su individualidad –así pues, de hacerlas extrañas a lo que eran.” (Foucault, 32). La simpatía, tal como dice la cita, mezcla las fronteras comunes en que fijamos los objetos, las cosas, los seres. No solo la extensión visual de una nube lejana que en su deformación (alucinación) traspone el plano y se vincula al árbol que está a kilómetros y al lado tuyo; también, por ejemplo, una herida física en forma de costra (que en un caso particular sea producto de una vivencia de destrucción, como una pelea) se puede percibir como “latente y apenas cerrada”, donde más vale dejar la costra tranquila para que “no aflore el monstruo atrapado y en vías de cicatrización”, es decir, la costra se relaciona con certeza más allá de la distancia y el tiempo presente con la experiencia de su formación. Un ejemplo de Foucault de esta episteme renacentista ilustra algo similar: “como ‘estas rosas de duelo que servirán para las exequias’ que, por su sola cercanía a la muerte, harán que toda persona que respire su perfume se sienta ‘triste y agonizante’.” (32). Así, el mundo que rodea a la persona entra en un estado de sincronía en permanente movilidad, “todo está vivo” y relacionado. Ciertas cosas se relacionan con otras por sinestesia: “no sé por qué, pero tu cara me suena al naranjo”, por ejemplo, y por eso las cosas se vuelven extrañas y vuelven a ser vistas. Se pueden sentir cosas, como certezas, como vivencia empírica, cosas que en la percepción normal causalista son absurdas y equivocadas. Los seres pueden ser rodeados de un “aura” con significado intuitivo, no en el sentido como entendemos, racionalmente empírico. Esa capacidad intuitiva que sucede en el efecto psicotrópico se vive como certeza, y eso es importante notarlo, se vive como un saber.
El modo armónico apenas esbozado, no obstante, es solo una tipología vaga dentro de una amplia gama de “modos” que podrían clasificarse dentro de este tipo de experiencias, y que además pueden actuar al mismo tiempo. Por ejemplo, sin pretensión de extenderme mucho más, está presente un cierto modo “fractal”, como la experiencia de un metalenguaje, que ocurre en toda dimensión. De ahí que, no solo se puedan percibir patrones geométricos infinitos en distintos niveles de las cosas en lo visual o sonoro, sino también en la esfera de las relaciones humanas el lenguaje se vuelve “meta”, adquiere múltiples sentidos que superan con creces la definición típica de una situación social protocolar, volviéndose muy complejo el estar “normal” como lo entendemos comúnmente. Las palabras dichas en la oralidad ya no son entendidas en lo superficial, o quizás sí, pero también y vivenciadas simultáneamente a tope en su nivel material, social, simbólico, absurdo, etc.
Ahora, entendiendo la relación que puede existir entre la episteme renacentista y una experiencia con sustancias psicodélicas, tal vez, se puede sugerir que la alteración producida logra movilizar la propia episteme, por ejemplo, un pensamiento materialista y causalista de la comprobación empírica, a zonas poco vividas desde otro punto de vista, lo mismo desde otra concepción menos rígida. Más allá de juzgar de si es real o no, si es “mera alucinación”, que “no sirve en lo político”, se movilizan ciertas percepciones de lugares comunes del entorno, y si no es el modo armónico, puede ser otro tipo de concepción. Una vía para desestabilizar la propia forma de entender el mundo.
Referencias:
Foucault, Michel. «Las palabras y las cosas: Hacia una arqueología de las ciencias humanas (1968).» México, Siglo Veintiuno Editores (2005). pp. 26-51
Ilustración: 非