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Escribo, mientras el cielo se pone brumoso por segunda vez en cuatro días. Los incendios forestales están cerca de la ciudad, y el primer indicio que me alerta es el olor a ceniza y pasto quemado. Luego, la sombra numinosa del humo sobre el cielo liberó el primer temor. Quizás, influido por esta sombra, es que escribo con cierto ánimo oscuro.

Un día atrás conversaba con unas amigas, y salió a colación el fallo venidero de la Corte Internacional de Justicia (el Tribunal de La Haya) por la controversia marítima entre Chile y Perú. Consultado por lo que espero del resultado, indico que me resulta del todo irrelevante. Fui pesado y me disculpo, pero aunque tengo una postura política al respecto, no es el resultado lo que me preocupa. Sea cual fuere, el desdén aparente de la diplomacia chilena con los países vecinos no parece haber sido una política inteligente. Con todo, Chile y Perú seguirán siendo vecinos. Esa es la gran oportunidad, mas quizás, también la amenaza.Quizás por ello mi parquedad.

Tal vez es el olor a ceniza que comienzo a sentir: tímidamente, algunos personeros públicos han comenzado a encender el pasto seco. Hace unas semanas, el Jefe del Estado Mayor, Vicealmirante José Miguel Romero, señaló en su presentación que “estamos ad portas de conocer el fallo de La Haya, lo que obviamente va aparejado de un alistamiento general de nuestra Patria para poder ejecutar lo que sea que el Presidente de la República en su momento disponga. Como dijo el Comandante Mardones, estamos listos. Las Fuerzas (Armadas) están en condiciones de asumir y cumplir con las tareas que se designen”; un poco después, el diputado y miembro de la comisión de RR.EE Jorge Tarud (PPD) llamó a un plebiscito vinculante para que la ciudadanía se pronuncie, en caso que el fallo resulte adverso a los intereses nacionales. Desde el punto de vista jurídico, aceptar el arbitrio del Tribunal de La Haya (consagrado en la firma del Pacto de Bogotá en 1948) implica la aceptación y adecuación irrevocable a sus conclusiones: ergo, las declaraciones de ambos personeros son jurídicamente absurdas. Entonces, ¿para qué hablartantas tonterías?

El director de CONAF señaló, a propósito de los incendios, que “un fuego en lugares abiertos es casi como un arma cargada”. Debe ser que empiezo a percibir el humo sobre mi cabeza. Lo indicado por Moreno y Tarud puede no tener asidero, pero puede funcionar muy parecido a una mecha. Quizás lo que se busca es una señal de adhesión, de preocupación, o un mero juego político. Lo que me preocupa es que estas señales comienzan a avivar el fuego de un nacionalismo burdo, epidérmico y combustible. Siento que el próximo 27 de enero puede ser el punto de partida para que ciertos hechos sórdidos salgan a la luz.

No espero, sin embargo, que el fuego llegue a la ciudad: una guerra a gran o mediana escala parece inviable, dadas las dinámicas e intereses comerciales entre ambos países. Lo que temo es la eclosión de los fanatismos. Esos que normalmente se justifican por la xenofobia o el racismo estúpido, comenzarán a hacerlo bajo la lógica del triunfador o el ofendido. Y pueden convocar a muchos más en su cruzada nacionalista. No me preocupa que se abuchee el himno peruano en el Nacional, o las marchas contra los extranjeros por un entendimiento sesgado e ignorante de las dinámicas laborales en Chile. Lo que temo es la violencia, casi siempre solapada, escondida en la noche y el humo, esa que se vive todos los días en un íntimo anonimato, liberándose y revelándose para el horror de todos. Que la gente que es ofendida, socialmente lapidada, escupida, lastimada o muerta en la intimidad del anonimato por haber nacido en el Perú vecino, lo sea ahora frente a la luz del fuego. El rumor crece lento, pero medra. Muchos están dispuestos a encender antorchas con esasllamas. Otros tantos, a presenciar el espectáculo. Quizás, con cierto aire morboso, sea bueno que esas antorchas aparezcan, para no olvidar que el incendio está ahí, junto a nosotros, y que si no reaccionamos terminará quemándonos a todos.

El fuego siempre termina por apagarse, y la vista tiende a disiparse. Sólo ahí nos damos cuenta de la tierra quemada, y los ánimos heridos. Poco recordamos que, muchas veces, nosotros mismos prendimos la primera llama.

Espero equivocarme, pero tengo el ánimo muy negro. Debe ser cosa del humo.

 

Ilustración: Boy, de Rohan Eason