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Tiene veintitantos años a la fecha, quizá treinta, y se llama Francisco Tapia Salinas. Es el menor de dos hermanos, de un matrimonio compuesto por un zapatero y una dueña de casa  que han vivido toda una vida años junto a él en la comuna de San  Miguel. No terminó sus estudios. Por supuesto que no ha estudiado arte o algo parecido en alguna academia o universidad, pero ha participado en bienales de arte, donde ha logrado realizar algunos de sus polémicos proyectos. Lo conocen como Francisco Papas fritas y ha hecho “de todo” o “casi todo”, apoyado por incondicionales y por su madre, quién dice además que ”está caga’o de la cabeza“ . Pero de todas formas se ha hecho parte de sus instalaciones. Como en la performance titulada “conchito de su madre”, por nombrar alguna.

Desde que abandonó el colegio comenzó con sus proyectos:  exponer a toda su familia en la casa a modo de Reality, presentarse a si mismo con un parapléjico en silla de ruedas que pide monedas a cambio de hacer figuritas con masking tape en “cuando Dios hizo el arte contemporáneo me hizo a mi”, recorriendo calles como un vagabundo en “a la Life”, escribiendo opiniones sobre las paredes, construyendo esculturas de un manifestante hechas con cintas adhesivas, un video collage con imágenes de la campaña del NO y la grabación de “ser chileno, es ser fascista”, o la última como protesta frente a los ataques israelitas en la franja de Gaza y que fue encerrar dentro de una caja y sin agua ni comida a un ciudadano de origen palestino frente a la embajada de Israel. Un curriculum impresionante.

Sus performances y montajes han incluido presentarse en el museo con un látigo para que los espectadores lo azoten despacio por $100, fuerte por $500 y escupirlo por $1.000 mientras se graba a si mismo. Eso además de haberse tatuado la espalda con el logo del gobierno de Chile y las leyendas “yo amo a mi Sponsor”, ”Gobierno de Chicle” y “Consejo Nacional de Cultura y Artes”. Esto para que su cuerpo sea el soporte de la ira y el descargo de los artistas contra la administración de artes del gobierno.

Parte de su rara lógica tiene que ver con un espíritu profundamente anti-academicista. Curiosamente, pese a que sus detractores académicos son mayoría, ha salido al encuentro de los espacios que dicen causarle tirria como aquellos culturales del establishment oficialista. En una de las bienales, fue como  invitado de un proyecto que incluía una muestra de las nuevas tendencias artísticas. Se aisló del resto e instaló (en un ala del museo) suficiente arena de playa y un quitasol, montando un escenario al que llamó “la isla de papas fritas”.  Todo mientras grababa con su cámara los murmullos, paseos y miradas de lo que él considera una sociedad enferma. Instaló en  aquella isla  a una pareja de inmigrantes peruanos que reclamaban contra el trato que se les da en Chile. Luego subastó al director del museo. Por último, puso una gruta con la imagen de la ministra de cultura donde los artistas podían rezarle, pedirle favores y entregarle ofrendas.  Todas estas acciones (de las cuales las autoridades del museo de arte contemporáneo se enteraron tardíamente) estuvieron a punto de ser censuradas, pero al final no se concretaron por el temor cierto que esto causara un alboroto aún mayor en la bienal.

Estas «acciones de arte» que se viene haciendo desde hace años fuera del país, causan molestia . Es en base a ese remezón que “papas fritas” busca ser una especie de voz de protesta contra la institucionalidad y lo  que descubre de “pacatería” en ella. El cinismo y eterno prejuicio de un país tercermundista y no del país que dice estar en vías de desarrollo.

Papas fritas molesta y mete bulla pero además entretiene recurriendo a un amplio espectro de recursos totalmente desprejuiciados que hacen de su performance un efectivo método de interpelación y protesta que no debiera ser tomado, debido a su juventud, como un simple masticar  y tragar desechable fast-food de papas fritas.

Nota final: Esto fue escrito antes de la protesta disfrazada de performance que realiza por estos días respecto de los pagarés de la Universidad del Mar.

Aparecido originalmente en Orno.cl